El año pasado tuve que recurrir a
una posible distinción entre el arte sonoro y la música cuando me encontraba
escribiendo el trabajo de fin de master que llevaba por título El arte
sonoro en el aula. Escuchar el entorno. Un TFM
donde exponía modos de inclusión del sonido como elemento extensivo de estudio
—y no limitado al discurso musical— en la Educación Artística Oficial de
Primaria, Secundaria Obligatoria y Bachillerato en las Islas Canarias. Debido a
que la asignatura de música está actualmente incluida en el currículo de la
educación oficial, tuve que diferenciarla del estudio del sonido en su sentido
más amplio, como un elemento que conforma el entorno, espacio o lugar, y de la
escucha como práctica perceptiva habitual. También porque el estudio de
las artes plásticas suele incluir solamente las visuales, lo que refleja la
dependencia estándar en una epistemología ocularcéntrica, y porque, cuando se
trata del estudio del sonido, lo común es limitarlo al discurso musical.
Así que, si bien me defino como
artista sonoro y músico, y empleo uno u otro término según la necesidad y
contexto de la acción (muchas veces es la institución o los responsables de la
organización quienes definen), en este caso necesitaba, como docente,
diferenciar ambas disciplinas con el fin de que tanto una como la otra se
estudiaran en el contexto de la educación oficial artística obligatoria y
bachillerato.
¿Qué es arte sonoro y qué es
música? ¿es el arte sonoro música? ¿es la música arte sonoro?
Intentemos
definir una serie de parámetros que demarquen tanto al arte sonoro como a la
música. El contexto o lugar en el que se
presentan por ejemplo. La galería de arte y el museo son espacios que, según el
sentido común, albergarían obras de arte sonoro y la sala de conciertos
acogería obras musicales. Otro parámetro de función delimitante es la estructura, que en el caso de la música suele tener un comienzo, una parte
media y un final, es decir una duración finita, frente a la de una obra de arte
sonoro que puede ser de curso infinito o durar mientras la exposición de la
misma tenga lugar. La persona que asiste a un concierto de una obra musical, la
escuchará durante el tiempo que transcurra la sesión, y la que asista a una
instalación sonora podrá permanecer el tiempo que desee y en cualquier momento
parar de escuchar, abandonar la sala y no volver, o regresar y continuar
escuchando.
A
continuación expongo una relación de opiniones de varios autores sobre esta
distinción. Alan Licht,
autor de Sound Art: Beyond Music, Between Categories,[1] en un
intento de circunscribir ambas prácticas, define la música como de naturaleza
narrativa y la que se escucha en lugares donde se realizan conciertos. Al arte
sonoro lo define como de carácter inmersivo y el que se escucha en espacios de
exposiciones. Para Stephen Vitiello[2]
el concepto de tiempo en el arte sonoro es más abierto que en la música, y
considera sus conciertos y CDs como música y sus instalaciones como arte
sonoro.
Esta
delimitación no es tan sencilla. Debido a las sacudidas que a lo largo del
tiempo ha recibido la noción de música, esta se ha hecho evidentemente más
amplia y dependiendo de quién opine, una pieza musical puede ser o no arte
sonoro. Por ejemplo, para una persona un pieza musical podría ser una obra que
tiene lugar en una galería de arte y que adopta una estructura abierta y
continua como en la instalación sonora. De manera similar opina el artista Jeph
Jerman,[3] quien responde a Aldrich diciendo que es la audiencia quien decide si una obra
es arte sonoro o música.
Y
complicando aún más las cosas, Leigh Landy[4] nos recuerda que fue Edgar Varése quien habló de “sonido organizado” al
referirse a la música de su tiempo cuando tenía intención de ampliar sus
propios recursos para crear piezas musicales y John Cage, con intenciones
similares, quien denominó a la música como “organización de sonidos y
silencios”. Más desconcierto se añade, por el hecho de que, se suelen denominar
artistas sonoros y arte sonoro a los músicos experimentales seguidores del
linaje de Cage y a sus obras. Hecho que nos es bastante familiar.
Al ser
interrogada sobre el tema, Annea Lockwood respondió que son las conexiones o
relaciones que se establecen entre unos sonidos y otros las que crean el
discurrir típico o narrativo de la música. Lo lingüístico, lo llama ella. Incluso al
escuchar piezas de Cage con sonidos no tradicionalmente musicales y con un
discurrir heterodoxo, tendemos a crear nuestra propia narrativa, a establecer
relaciones entre los ruidos o sonidos producidos.[5]
Hace unos
cincuenta años, Alvin Lucier decía que el arte sonoro se basaba en sonidos y no
necesariamente en tonos como lo estaba la música.[6]
Lucier se interesaba por la presencia física del sonido y las características
naturales de las ondas sonoras, exploraba los fenómenos acústicos y la
percepción auditiva. A parte de ser artista sonoro, Lucier ha sido igualmente
un compositor heterodoxo de música experimental. Su opinión en relación a su
doble actividad es que no tiene inconveniente en aceptar que una misma pieza
pueda tener dos versiones: una como instalación de arte sonoro en una galería o
museo y sin performers actuando en vivo, es decir, sonando por sí sola; y otra
como performance musical con intérpretes en vivo tocando sus instrumentos. Esta
posibilidad se da en alguna de sus obras que son adaptables. Es lo que ocurre
con su Music for Bass Drums, Pure Waves and Acoustic Pendulums, de 1980.
Estos aspectos diferenciadores se han aplicado a obras que carecen
de materia o de cualidad de objeto, y que por ello pueden tener esa doble
identidad de arte sonoro y/o música —es el ejemplo de una pieza sonora que
suena continuamente, mientras dura la exposición, en una habitación a oscuras
de una galería. En otro tipo de obras de arte sonoro, hay un elemento que no
está presente en la música. Es el elemento visual. Carmen Pardo[7]
al escribir sobre el arte sonoro, distingue como sus componentes al arte
plástico y a lo sonoro.
La
estrategia que propuse en El arte sonoro en el aula. Escuchar el entorno fue la de que a partir de esta diferenciación, y a pesar de
la tendencia al ocularcentrismo, el docente introduzca la escucha como fuente
de recursos sonoros con los que el alumnado trabaje, empleando las relaciones
que se puedan dar entre los elementos visuales —ya estudiados en las diversas
asignaturas de plástica y visuales— y los elementos sonoros, para poco a poco
lograr la consolidación por parte del alumno y de la alumna de la escucha como
práctica perceptiva habitual.
Al recurrir a esta distinción, hemos
definido más o menos, ambas orillas del río, siendo conscientes de que en
nuestra labor como artistas, muchos y muchas nos quedamos nadando en las aguas
en que las dos disciplinas se mezclan y reproducen, y donde no es mandatario
salir por una u otra orilla, o adoptar una u otra categoría. En cuanto a la
aplicación de dicha diferencia al contexto de la educación artística oficial
obligatoria y bachillerato, nos sirve como estrategia de apoyo a aprehensiones
plurisensoriales, y no sólo ocularcéntricas, de las realidades.
http://www.emf.org/emfinstitute/aldrich/vitiello.html [consulta: 15 febrero 2014].
[3] Ibid. Disponible en:
http://www.emf.org/emfinstitute/aldrich/jerman.html [consulta: 15 febrero
2014].
[5] Aldrich, N. B. Ibid. Disponible en:
http://www.emf.org/emfinstitute/aldrich/lockwood.html [consulta: 15 febrero 2014].
[6] Ibid. Disponible en:
http://www.emf.org/emfinstitute/aldrich/lucier.html [consulta: 15 febrero 2014].
[7] Pardo Salgado, C. (2012). En los arenales del arte
sonoro. Arte
y Políticas de Identidad, 7, 15-28.